Y aquí estoy haciendo lo que menos me gusta, viéndole la cara a ese viejo feo y amargado que se refleja en el espejo del baño cada mañana. Veo ese rostro cansado de andar, en donde cada arruga y cada mancha dan fe de tantos años de sufrimiento, tantos años de engaño, tantos años de mentiras, traiciones y cosas. Cosas que hice que en su momento, a pesar de ser consciente de que estaban mal hechas las hice. Tengo que cargar con el sabor agrio de la culpa. La culpa. La culpa es quizá la que lo arruga a uno. La culpa agarra el pellejo como si fuera papelillo, marcando los pliegues de la muerte. La culpa envejece, y en esto la ayuda el miedo. Siempre viví con miedo, todos los hombres vivimos con miedo, siempre. En tiempos de paz tememos que empiece la guerra, en tiempos de guerra, tememos que nunca llegue la paz. Sin embargo a pesar de tanto miedo siempre hay lugar para la ambición. La ambición. La ambición es la que nos mueve. Por ambición tengo tanto dinero, por ambición hoy teng
No creo en el Dios todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, castigador, impulsivo, rabioso, asesino, esclavista, homofóbico y sexista descrito en la Biblia. Quisiera creer en una energía universal que mueve todas las cosas, pero prefiero no hacerlo. No creo en Jesucristo su único hijo, que nació de las entrañas de una virgen, aunque me parecería genial que alguien pudiera convertir el agua en vino, y creo que una de las frases que el atribuyen: “Haz a otros lo que quieres que te hagan a ti” es una de las cosas más sabias que se han dicho. No creo en la Iglesia Católica Apostólica y Romana, de hecho la considero la organización más abominable sobre la tierra, asesina, misógina, mentirosa, envidiosa, vieja, decrépita, solapada, hipócrita y muchas cosas más. No creo en Benedicto XVI ni en ningún Papa. Creo en la ciencia, en el libre pensamiento, la razón y el poder del conocimiento. No creo en censuras, ni en ninguna forma de coartación a la libertad. Creo en el li