Mateo contesta el teléfono.
—Hijo estamos
todos en casa de la tía Julieta. Ven para acá.
—Papá pero yo
voy de rumba con mis amigos.
—Carajo
estamos en diciembre, estas fechas son para pasarlas en familia. Ven aunque sea
un ratico y luego te vas, pero por lo menos ven a saludar.
—Está bien
papá en media hora estoy allá.
Acostumbraba perfumarse todo el
cuerpo, pero ese día no aplico perfume a su ropa interior porque se había
depilado y le ardería. Se puso un pantalón gris de rayas delgadas negras casi
imperceptibles, una bonita camisa blanca que resplandecía como las de los
comerciales de blanqueadores, chaqueta negra y zapatos del mismo color. Tomó
tres condones que tenía en la mesita de noche y los metió en el bolsillo
interno de la chaqueta como tenía por costumbre. Estos condones tenían más de tres meses de
comprados y ya estaba empezando a creer que le traía mala suerte sacarlos aun
así los llevo por precaución. Tomó las llaves del carro y condujo lentamente a
la casa de su tía Julieta donde se encontraría con el resto de la familia.
Llegó en diez minutos, repartió quinientos
besos a las tías, primas y amigas de la familia. Saludó, cumplió con los
convencionalismos hasta que se encontró con la tía Lucía. Lucía era una mujer
de unos 54 años, extremadamente alegre. Bailarina, bebedora, de colores vivos y
pintas estrafalarias.
—Un wiskisito mijo que estamos en
diciembre! —Dijo la tía con ese tono alegre que a él siempre le causaba gracia
a Mateo.
—Y el hielo tía —Preguntó él
inocentemente.
—Puro, puro como los machos mijo!
Se tomó uno, dos, tres, cuatro,
cinco tragos de wiski puros. Bebió tan rápido en casa de la tía Julieta para
irse rápido de ahí que creyó que lo más conveniente sería dejar el carro ahí.
Tomó un taxi al encuentro con sus amigos. Odiaba que los taxistas le hablaran,
fingía hablar por teléfono para que no lo hicieran, sin embargo ese día ya iba
sucumbiendo al alcohol y fue él quien puso el tema. El taxista le contestaba
tímidamente y así permanecieron todo el trayecto hasta el bar donde estaban esperándolo.
Sonaba música electrónica y su
mejor amigo lo recibió con un trago de ron. Puro también. Empezó a reconocer
rostros que se iban dibujando tras aparecer inicialmente difuminados en su
mente. Saludó y se dejo llevar por la
sensación de libertad al bailar. Le encantaba bailar aunque no lo hacía muy
bien, pero se defendía. Bailaba y bebía,
sus amigos eran unos expertos bebedores que no tenían misericordia a la hora de
servir los tragos cada vez más llenos.
—Marica, no me de más trago que
yo ya venía prendido de la casa de mi tía.
—Estamos en diciembre y es
nuestro deber beber —Decía Andrés el novio de su mejor amiga mientras le servía
otro trago.
Brindó y a lo lejos vio un
fantasma del pasado. Se llamaba Pablo. Un tipo 5 años mayor que él de ojos
negros penetrantes y cabello claro. Lo había conocido en los primeros años de
universidad y siempre le había gustado. Nunca pasó nada entre ellos pues las
estrellas conspiraban para que sus encuentros fueran desafortunados, pero esta
noche era distinto, esta noche todo estaba dispuesto.
—Mateo Velez! —Mateo giró sobre
si mismo y saludó con una gran sonrisa que iluminaba sus ojos verdes heredados
de la abuela sueca.
—Hola Pablo! Años sin verte.
Mateo se sentó por un momento en
la mesa de Pablo que andaba con un tipo de unos 36 años con cara de
inteligente. Se tomó un par de tragos de aguardiente para completar así la
mezcla en su estomago. Habló con ambos durante diez minutos, dos tragos más y
regresó a su mesa con la promesa de volver.
La noche transcurrió, miradas,
toques al bailar, sonrisas cómplices y unos amigos que decidieron esa noche
irse a casa mas temprano de lo habitual, dejando a Mateo solo con la opción de
quedarse en la mesa de Pablo y su misterioso acompañante.
—Mis amigos se fueron a dormir ya
¿me puedo quedar con ustedes? —Preguntó tímida pero coquetamente a Pablo. El
acompañante de Pablo extendió la silla a su lado en gesto aprobatorio. Y
bebieron mucho, mucho más de lo que deberían.
Eran las cuatro de la mañana y
Mateo, Pablo y el misterioso hombre con pinta de intelectual y apariencia mucho
mas madura que la de los otros dos, caminaban por las calles de esa ciudad
pequeña que generalmente era tan calurosa pero que esa noche helaba, como
propiciando las cosas para tener la necesidad de buscar calor corporal.
Compraron una botella de ron en uno de esos estanquillos que funciona
veinticuatro horas para bien de los borrachos.
Mientras el acompañante de Pablo
compraba el licor, Pablo tomó por sorpresa a Mateo besándolo sin que nadie se
diera cuenta. Mateo excitadísimo respondió el beso con algo de temor. Siguieron
caminando sin que el otro se diera cuenta que Pablo y Mateo se habían besado.
—¿En donde nos vamos a tomar eso?
—preguntó Mateo dando tumbos por la mitad de la avenida.
—Podemos ir a mi hotel —contestó
el hombre que acompañaba a Pablo.
— ¿Cómo es que te llamas tu? —le
preguntó Mateo.
—Juan Carlos, mucho gusto —contestó
mientras le apretaba la mano y reprochaba a Pablo por no haberlos presentado.
—Está bien Juan Carlos, vamos a
tu hotel ¿Te parece bien Pablo?
—Es la mejor idea que se les ha
podido ocurrir —contestó Pablo con tono pícaro
y mirada coqueta.
(Continuará…)
Un año leyéndote, qué bueno que vuelvas a hacerlo. Estaré pendiente del desenlace.
ResponderEliminarEl jueves publicaré la segunda parte. Gracias por leerme :) Abrazo.
EliminarDaaaviid !!! Pq me bloqueaste en Tw !!! :(
ResponderEliminarY quien sos vos?
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